Una ley surcoreana obliga a los propietarios de grandes edificios a reservar el uno por ciento del presupuesto de la construcción para una escultura o una obra de arte, que suele ponerse a la entrada del edificio.
Al principio esto me llamaba bastante la atención, pues muchas ni son estéticamente bonitas ni encajan en absoluto con la zona o el edificio. Incluso destacan para mal.
Algunos expertos afirman que el resultado de esa ley, que data de hace unos 25 años y cuyo objetivo inicial era promover el arte, es decepcionante. Así, consideran como “problemáticas” más del 90% de esas esculturas o instalaciones, al no guardar relación ni con la arquitectura de la zona ni con el diseño del edificio.
Muchos críticos dudan hasta en llamar “arte” a esos clonados trozos de metal, esculturas de dudosas formas, o esos orbes reflectantes que “dejan caer” frente a la mayoría de los grandes edificios.

La principal pega es que son tan impersonales que consiguen poca atención entre los transeúntes, y a veces hasta generan un efecto totalmente opuesto al esperado.
El tema no es baladí pues hasta el alcalde de Seúl reconoció que aunque la ley buscaba embellecer la ciudad y promover el arte, no siempre ha logrado su objetivo.
En su día señaló que “el buen arte en el lugar correcto ofrece a los ciudadanos una sensación de alivio y relajación”, invitando a instalar arte que dé tranquilidad a la gente.