(Disponible en pódcast)
Recuerdo perfectamente cuando llegué a Corea a finales de 2011. Cerca de mi casa, como a unos diez minutos a pie, había una obra de considerables dimensiones con varias grúas.
Como mi bus pasaba por delante a diario al ir y volver del trabajo, digamos que, sin mayor esfuerzo podía ver cómo avanzaba la construcción.

Al principio no sabía qué era ese edificio, pero después me explicaron que estaban construyendo el primer estadio de béisbol cubierto de Seúl. En España apenas seguimos el béisbol pero aquí es religión.
En cualquier caso, más que por el deporte, me llamaba la atención ver cómo la estructura tomaba forma cada día. Era como un mecano gigante, y sentía mucha curiosidad por ver cómo sería el acabado, o por saber cómo transformaría el barrio ese imponente estadio deportivo.
Los días fueron pasando y, cuando ya apenas prestaba atención a las obras, pues mis ojos se habían acostumbrado a esas enormes grúas yendo y viniendo por el solar… sucedió “el milagro”.

Un día al pasar con el bus tuve la sensación de que estaban a punto de terminar, y así fue. Pronto pusieron “la última piedra” o mejor, el último panel de la bóveda, y quedó oficialmente inaugurado como sede de los Nexen Heroes (ahora Kiwoom Heroes).
Si la memoria no me falla, creo que era 2015. A partir de ahí empezó el trasiego típico de un estadio, con competiciones de todo tipo. Pero lo que más me sorprendió fue que la actividad musical era infinitamente mayor que la deportiva.
Claro. En un instante repasé los muchos conciertos que había visto a lo largo de mi vida en instalaciones deportivas o campos de fútbol, pues son los únicos espacios que permiten albergar macroconciertos tipo Prince, Michael Jackson, David Bowie y tantos otros grandes…

O por mencionar a los que siguen vivos, también vi a Madonna, a Phil Collins, a los Rolling Stones, a UB40, a U2 y un largo etcétera de las mejores bandas. En esos espacios pude disfrutar enormemente de la música de increíbles artistas de talla internacional.
Por eso me encantó ver que el estadio Gocheok Skydome potenciaba más el lado musical. Aunque… mi gozo en un pozo, porque sobre todo venían grupos de K-pop con los que, o no estaba muy familiarizado, o con cuya música no conectaba mucho.
Aún así, recuerdo con nitidez que, unos meses después de abrir, un día vi unas colas y un atasco descomunal. Me sorprendió ver todo “un ejército” de personas (de fanes) con una actividad frenética que colapsaba las inmediaciones del estadio durante dos días y dos noches. ¡Eran los ARMY!

Aunque no sé si por aquel entonces ya se llamaban así o adquirieron esa denominación posteriormente.
Pregunté a una compañera de la radio que hacía un programa de K-pop y fue la primera vez que escuché el nombre de Bangtan Boys (entonces en Corea eran más conocidos por ese nombre y no tanto por BTS).

Y recuerdo que me dijo: si tienes tiempo te invito a escucharlos porque “tienen algo”: realmente intentan desmarcarse “del prototipo” de grupos de idols.
Incluso creo que me invitó al concierto y todo, pero aunque sentía cierta curiosidad, finalmente no sé qué pasó que no pude ir.
Esa fue la primera vez que estuve tan cerca de BTS: a solo diez minutos de mi casa y cuando todavía era “relativamente sencillo” ir a uno de sus conciertos.

Ahí perdí mi primera ocasión de verlos enfrente de casa, pero pensar en esto me llevó hasta mis años mozos pues, entre los dieciséis y los veintitantos, me bastaba cruzar la calle para entrar esa mítica sala de Madrid llamada Jácara, donde vi a tantísimos grupos de renombre ofrecer sublimes e inolvidables actuaciones. ¡Todos y cada uno de esos conciertos habitan en mi memoria!
Aunque como no era fan, tampoco sentía haberme perdido un momento histórico como, no sé, por ejemplo ver a los Rolling hoy día… Porque si no los has visto ya igual te quedas sin verlos, aunque parecen haber hecho un pacto con el diablo y estar dispuestos a seguir en activo durante siglos.

Entonces cada uno siguió con sus pasos: BTS tras su éxito mundial y sus mega giras en aviones, y yo yendo a trabajar cada día en autobús, jaja… Así llegamos a diciembre de 2018.
Desde que vivo en Corea me gusta pasar la Navidad en Tokio. Me encanta romper la dinámica del año, cambiar de perspectiva y hacer algo diferente… y también no sentirme tan ajeno a las costumbres navideñas de un país donde esas fechas son una mera cita comercial para novios incipientes.

Así que, ni corto ni perezoso, e inmensamente feliz de poder completar un año más mi tradición navideña, dirigí mis pasos al Aeropuerto de Gimpo. Nada más llegar, ya me extrañó ver un montón de furgonetas negras iguales con un “escuadrón como de Men in Black”, todos con trajes negros, pinganillos en la oreja y en posición de alerta.
Pensé que sería una de las múltiples cumbres de seguridad que suele haber en Seúl o la visita de alguna figura política relevante o similar, pero… algo me hizo sospechar cuando justo antes de la zona de embarque vi varias filas de fanes-paparazzi apostados en múltiples hileras a ambos lados de la entrada, como haciendo un “pasillo mosca”, perfectamente ataviados con escaleras y cámaras con súper zoom.
Aquello no era algo improvisado ni un político: era un artista importante. Como pude crucé esa barrera de flases y clics fotográficos, y tras pasar los tornos, el control de pasaporte y el de seguridad, me sentí a salvo. Craso error.

Después supe que en Corea los fanáticos conocen perfectamente la agenda de sus ídolos, y si saben que van a salir de tal o cual aeropuerto a una hora determinada, compran el vuelo más barato para ese día.
Y aunque no viajen a ninguna parte y lo pierdan, se aseguran mucha menos competencia a la hora de lograr una foto inédita, un autógrafo o simplemente estar cerca de aquellos a los que tanto admiran.

Al sentirme libre del bullicio, di un paseo por el Dutty Free para hacer tiempo y finalmente me dirigí a la puerta de embarque. Aunque estaba al comienzo de la cola, de pronto aparecieron varios “men in black” y me dijeron que no podía estar ahí.
¿Cómo? Miré mi billete, comprobé el vuelo y la puerta de embarque y pregunté si había algún problema.

Pero como esos agentes de las pelis en misión arriesgada y ultrasecreta, solo dijeron: ¡tiene que moverse, no puede estar aquí!
Entre los nervios y que no tenían pinta de soltar prenda – y dado que eran armarios empotrados de doble cuerpo- no me quedó más remedio que perder mi turno en la fila y sentarme en las sillas más próximas. Paciencia, pensé… No pasa nada… ¡OMMM!

Y cuando ya estaba enfrascado leyendo algo para intentar relajarme, se desató la marabunta. De pronto llegaron los 30 mil men in black restantes en formación tortuga escoltando a un grupo de idols.
Bastaba ver ese despliegue para imaginar que eran muy importantes. Pero como no estoy muy puesto en K-pop y aquí van tapados hasta las orejas, no pude averiguar quiénes eran.

Además, todo pasó tan rápido que apenas pude fijarme. Y cuando levanté la vista para intentar atisbar a esos famosos que iban levitando (de lo deprisa que andaban) casi me lleva por delante la turba de fanáticos, que enfervorecidos y ajenos al resto del mundo, deambulaban por el aeropuerto como la versión poppy-teenager de Atila en la sala de embarque: por donde pasaban no volvía a crecer la hierba.
De hecho uno tiró mi maleta, y la chica que venía detrás me arrolló. Pero ni se inmutaron porque en su cabeza solo había un objetivo: perseguir a sus ídolos. En su favor diré que, una vez que la puerta de embarque engulló a los famosos, al volver “sobre la tierra quemada” se paró a disculparse. Algo es algo.
La algarabía remitió, el remolino del coyote persiguiendo al correcaminos se detuvo, y la polvareda cesó.

Unos minutos después anunciaron el vuelo y, no sé si para compensar el desplante previo, el señor de seguridad de la aerolínea me invitó a entrar por Business, que supuestamente es más ágil.
Y entonces se produjo la magia. Me derivaron por Primera Clase y tuve el privilegio de arrastrar mi maletita y pasear hasta mi asiento… ¡¡¡Nada menos que entre BTS!!!

Mientras escudriñaba sus caras, y atónito al saber que iba a compartir vuelo con BTS, casi tropecé con Jimin en su maniobra tras dejar su bolsa en el portaequipajes.

Creo que ambos nos quedamos sorprendidos (congelad la imagen unos segundos, como en las pelis): quizá a él le extrañó que “uno sin cara de fan acérrimo” fuera a pedirle una foto, y por mi parte, sentía irreal estar tan cerca de una de las bandas más icónicas del milenio a nivel planetario. ¡Fue como un sueño!
Obviamente no le pedí ninguna foto, pero nunca olvidaré ese vuelo tan singular. Por otra parte, al llegar a los asientos de Economy, vi que como un 70% del pasaje o más eran las enfervorecidas fans.
Para mi sorpresa, y ante la impotencia de las azafatas, en plena maniobra de aterrizaje comenzaron a desabrocharse el cinturón de seguridad para salir rebotadas hacia Primera en cuanto la rueda del avión tocó el suelo de Haneda.

A partir de ahí podéis imaginar la escena: gritos, suspiros de admiración y ruegos desenfrenados por un selfie o un autógrafo… hasta que otros “men in black” llegaron a rescatar a los idols.
Recuerdo que al aterrizar pensé… algún día contaré la batallita de “yo volé con BTS”. ¡Ese día ha llegado!

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Este relato cierra la primera temporada del pódcast ‘Mi Seúl’ con 25 episodios y casi 600 suscriptores. Mil gracias a todos los seguidores de Korea1122.com y feliz verano. Puedes escuchar todos los episodios o suscribirte aquí.