El cumple de Buda

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Cada año, por estas fechas, llega un evento que impregna todo el país de color.

En realidad, es una efeméride que no solo se celebra en Corea, sino en muchos otros países de Asia, y también en otras partes del mundo. Quizá muchos ya lo hayan adivinado por los farolillos de loto y el repiqueteo de los peces de madera. Es una celebración singular: bienvenidos al cumple de Buda.

En Corea hay tradición de festejar a lo grande el natalicio de Buda, de hecho, hasta es fiesta nacional. Prefijado según el calendario lunar, cada año varía y en 2022 cae el 8 de mayo. Toda la ciudad se engalana y se viste de fiesta.

Obviamente es una convención, pues a ciencia cierta se ignora la fecha de nacimiento de Buda. Se cree que Siddhartha Gautama nació entre los años 563 y 483 a.C., es decir, unos cinco siglos antes de Cristo.

En Corea este día se llama “Bucheo-nim o-shin nal” (부처님 오신 날) que significa “el día en que vino Buda (Bucheo-nim)”, o también “Seok-ga T’an-shin-il” (석가탄신일) “el cumpleaños del Buda Sakyamuni”, o simplemente Chopail (초파일), “el primer octavo día del mes (según el calendario lunar).

También muchos coreanos piensan que el budismo surgió en China, pues en Corea tiene gran arraigo el budismo son y en Japón el budismo zen, tipologías que, según algunos expertos, derivan del budismo Ch’an, aunque en realidad su origen primigenio es La India.

Pero como no soy letrado en el tema, voy a preguntarle a ese gran amigo, maestro – y a la sazón gran experto en budismo- que es Juan Arnau (recomiendo escuchar su voz en el pódcast):

Juan Arnau es astrofísico y doctor en filosofía sánscrita, escritor y ensayista

“Esto es algo que mucha gente no sabe, pero el budismo proviene de La India. Mucha gente lo asocia con el Tíbet, lo asocia con China, pero el origen del budismo está en los alrededores de Benarés, en la cuenca del Ganges.

Nace en La India y la primera peregrinación de monjes budistas ocurre en el siglo III a. C., y es a China. En China se establece y hay una fusión con el taoísmo, una de las corrientes de pensamiento autóctonas chinas, y a partir de ahí se desplaza por un lado, al Tíbet, siglo VII – ya de nuestra era- y por otro lado a Corea y a Japón, que es donde surgen el budismo son y el budismo zen.

Posteriormente, en el siglo XX, se pone de moda en los Estados Unidos, sobre todo en California, y empieza a interesar a los académicos y a los estudiosos occidentales”.

Muchos consideran el budismo como una religión, pero en Corea se vive más como una doctrina filosófica o espiritual no teísta, ajena a la existencia de un dios o un creador específico.

Para asomarme a un concepto tan profundo desde el respeto, me basta con abrir esa pequeña joya de libro llamado ‘Budismo esencial’ de mi amigo Juan:

“No hace falta raparse el pelo o vestir una túnica para apreciar el valor de estas enseñanzas (budistas) y la necesidad de transmitirlas. La vida es única y singular. La vida – especialmente la humana- tiene un valor incalculable, pues nos sitúa en el lugar idóneo desde el que contemplar la perspectiva del despertar”.

Realmente es un libro muy pequeñito, pero contiene maravillas como esta: “La vida parece tener un comienzo: nacemos. Nos iniciamos en la experiencia y en el sentimiento y, conforme se desarrolla el entendimiento, intuimos, de manera más o menos incierta, lo eterno que hay en las cosas. Y es entonces cuando surge la sospecha de que tal vez ese comienzo no sea un comienzo, sino una continuación… Hay siempre un camino, hay siempre una oportunidad”.

Los farolillos cuelgan en los templos durante todo el mes, y también en los hogares y en las calles. El día del nacimiento de Buda, muchos templos ofrecen té y comida gratis a los visitantes, y organizan un gran festival llamado Yeondeunghoe (연등회 o “Festival de los farolillos de loto”).

También invitan a desayuno o almuerzo, que a menudo incluye sanchae bibimbap. En definitiva, el cumpleaños de Buda forma parte del folclore coreano y lo celebran personas de cualquier religión o incluso los no religiosos. ¡Es toda una fiesta!

Según los registros históricos, esta festividad en Corea data de hace más de 1500 años, y se asocia a los tiempos del rey Jinheung de Silla.

La leyenda es de una belleza singular. Según cuentan, la tradición de los farolillos proviene de una mujer que era tan pobre tan pobre que no tenía nada que ofrecer a Buda. Entonces, con lo único que tenía a mano, un trozo de papel de morera, confeccionó un farolillo con el que iluminar su rostro como ofrenda.

Dicen que de ahí viene la tradición de usar hanji, el papel coreano de morera, para confeccionar las flores de papel y los farolillos que adornan los templos y las casas por el natalicio de Buda. En realidad, son de una belleza insondable, y han transformado la tradición en un festival muy apreciado por todos que admite a gentes de cualquier credo, sean budistas o no.

Desde que empieza a caer el sol, con el crepúsculo, las inmediaciones de la avenida Jongno empiezan a llenarse de monjes budistas con farolillos de papel iluminados, desfile al que se suman muchas otras personas.

Las calles bullen de gente, y el gentío abraza con ganas el significado filosófico, religioso o pagano – según cada cual- de esta efeméride: el cumpleaños de Buda.

En realidad, incluso para los ajenos al budismo, esta festividad es como un respiro: un hálito de esperanza. Un remanso de paz que aquieta la endiablada vorágine de la ciudad. Un canto de ilusión, una alegría de primavera. Un festival que llama al despertar – no olvidemos que buda significa “el despierto”-, o simplemente a la vida.

El budismo engloba un conjunto de tradiciones, creencias, ritos y prácticas que promueven el crecimiento espiritual de cada individuo a través de la contemplación profunda de la vida y de la práctica del desapego, la meditación y la trascendencia de los placeres y los deseos mundanos.

Suena demasiado idílico pero, honestamente, gran parte de los que acuden a este festival acabarán la noche comiendo y bebiendo como cosacos en cualquier parte, es decir, bastante lejos de ese aprendizaje espiritual.

En cualquier caso, todos coincidirán en algo sobre esta festividad: aquieta, amansa y apacigua el ambiente. Destensa, desinhibe, descorcha e invita a existir.

Fomenta ese renacer a la vida catalizado por la estación primaveral – que tanta falta hace- además de insuflar un barniz colectivo – quizá permanente, quizá temporal- de un algo etéreo que llama a la felicidad. Esos farolillos iluminados moviéndose al compás… desprenden algo bello, sublime.

Al verlos moverse acompasados, mi cabeza rescató las cuatro verdades que Buda descubrió bajo una higuera mientras meditaba: la vida es imperfecta, y existir requiere convivir con la insatisfacción y el sufrimiento, que son universales.

El sufrimiento proviene del deseo y de la creencia de que una acción nos llevará a satisfacer ese deseo, pero todo es una ilusión, al igual que el “yo”. El sufrimiento culmina al abandonar los deseos y al aceptar la vida como realmente es. Pero existe un modo de trascender: a través de los ocho nobles caminos. Mediante la atención plena, la meditación y la consciencia del ahora, estando en el presente.

La procesión sigue su recorrido entre Dongdaemun y el tempo Jogyesa, una de las principales órdenes budistas de Corea, aunque por desmitificar un poco la imagen que tenemos desde Occidente, aquí las principales órdenes budistas están bastante “en lo terrenal”, y tienen mucho peso en la sociedad como colectivo pues organizan protestas, solicitan indultos de políticos, etc. No olvidemos que durante mucho tiempo el budismo fue la religión oficial de Corea, y todos sabemos que eso “imprime carácter”.

Pero volviendo a las enseñanzas de Gautama Buda, Arnau nos recuerda que, “a lo largo de la vida, mediante actos, palabras, sueños e intenciones, se construye ese artificio mental llamado karma. Debido a él vivimos como vivimos, y debido a él renacemos. El karma es lo que nos ata a la existencia”.

En cada una de esas vidas, afirma Juan, el buda en formación nace para perfeccionar una de las diez virtudes excelsas: generosidad, bondad, desprendimiento, discernimiento, firmeza, paciencia, veracidad, resolución, consideración y ecuanimidad.

Estas diez virtudes no se encuentran ni en el cielo ni en la tierra, ni en el oriente ni en el occidente, ni en el norte ni en el sur, sino que residen en el corazón del ser consciente. En la vida surgen y en la vida habrán de desarrollarse, aunque una sola vida no sea suficiente para perfeccionarlas todas.

Pero Juan… ¡Uf! … eso es una tarea titánica que, como bien indicas, puede llevar varias vidas. Y para los menos estoicos… ¿No tendrías un consejo más sencillo para empezar? Juan nos responde (ver minuto 8:11).

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