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Corea detectó el primer caso de coronavirus el 20 de enero de 2020, hace dos años y tres meses. A partir de ahí la vida se complicó bastante, como en todo el mundo.
Pero gracias al rastreo de contactos y a otras medidas que adoptaron con agilidad, el país consiguió contener las cifras de muertes y contagios.

Todo estaba bastante controlado hasta que un inoportuno invitado llamó a la puerta: era la variante ómicron. Entró en suelo coreano como un elefante en una cacharrería y barrió en modo furibundo.
Y como aquí el virus estuvo bastante contenido durante dos años, la prolífica capacidad de contagio de esa nueva variante dejó a todos boquiabiertos, pues en solo dos meses generó más casos y el mismo nivel de muertes que en dos años.

Pese a marcar cifras récord de contagios cuando ya muchos países “estaban de vuelta”, Corea logró hacerse de nuevo con los mandos y, en un intento de controlar la nave, puso rumbo a la tan ansiada “vuelta a la normalidad”.
Así, poco a poco el país ha ido dando pasos hasta que, finalmente, el día 18 de abril de 2022, decidió levantar casi todas las medidas de distancia social contra la pandemia.

Pero dos años y tres meses de aquietar costumbres es mucho tiempo, y si lo ponemos en días la cifra suena aún mayor: más de 800 días de hacer algo son muchos días.
Rarisisisíiiisimo. Claro. Con razón ahora nos resulta extraño poder ir al supermercado sin presentar un código QR, o entrar al trabajo solo con la tarjeta de la empresa, sin tener que tomarse la temperatura ni hacer otros trámites.

Con la relajación de medidas, Corea intenta dar un paso más y volver a la “vida de antes”. Uno de los anuncios más ansiados, sobre todo por el pequeño comercio, era suprimir los límites al horario de apertura de establecimientos.
De hecho, todo tipo de bares, pubs, comercios, restaurantes, etc., ya pueden abrir sin restricciones de horario. Tampoco habrá más límites de asistentes a reuniones privadas, eventos, cines o conciertos, gimnasios, manifestaciones o centros religiosos.

Vamos, que apenas habrá restricciones y la gente volverá a moverse a su antojo, como ya se deja notar en el metro, en el bus, en los centros comerciales, etc.

Además, están empezando a reconectar las rutas aéreas y gran número de países han comenzado a rebajar el nivel de alerta de viajes. Todo en consonancia. Los coreanos quieren resarcirse de dos años sin viajar al extranjero, y aquellos con negocios en lugares turísticos quieren recuperar el tiempo perdido.

El único vestigio latente que queda de esos dos años y tres meses de pandemia son las mascarillas, que por ahora siguen siendo obligatorias tanto en interior como en exterior. Las autoridades sanitarias están controlando los parámetros y si a primeros de mayo los contagios remiten, igual suprimen su uso obligatorio al aire libre.
Desde luego, donde más lo van a celebrar – o al menos donde más fuerte aplaudirán- será en las zonas de marcha. De hecho, el finde pasado, cuando aún no habían levantado todas las restricciones, un amigo me escribió un mensaje de solo tres palabras, pero tremendamente gráfico. Decía: “Itaewon is Back!”.

Cualquiera que conozca Corea o que haya pasado por Seúl sabe lo que eso significa: indica que “la noche ha vuelto”. Y sin duda habrá infinidad de gente esperando a “resarcirse” de esos dos años de vida que consideran como perdidos.

Además, está el sector turístico. Antes de la pandemia Corea ya pensaba en cómo impulsar el turismo y convertirse en uno de los “países de visita obligada”. Pero como todo el mundo sabe, poner “algo en el mapa” hoy en día no es nada fácil.
Contra todo pronóstico, durante la pandemia sucedieron algunos eventos inesperados que han convertido a Corea en epicentro de atención mundial: el éxito de BTS, Parásitos o Squid Game, entre otros factores, hicieron girar la mirada del mundo hacia Corea. Y cuando por fin muchos encontraron el país en Google Maps, descubrieron que aquí “pasan muchas cosas” que, según parece, ahora les interesan.

Así que la ruleta giró y… ¡salió rojo kimchi: par y pasa!
Corea se ha puesto de moda y todos quieren venir a ver “qué se cuece” por aquí. Todos quieren ser los primeros de su círculo en decir que han estado en “el país de moda”, y en poner un check en su Instagram de tooodos los enclaves típicos.
Para mí el mejor barómetro fue ver el otro día un grupo de españoles en el metro. Creo que era un viaje universitario o similar porque iban todos con las mismas bolsas. Y se les distinguía a la legua porque eran los únicos que hablaban en voz muy alta, como si estuvieran en su casa.

Pero mientras el país se prepara para volver a la normalidad, al mismo tiempo, un confuso runrún resuena en las calles: nadie quiere volver “a lo de antes”. Me explico: obviamente nadie quiere una pandemia ni llevar mascarilla 24 horas al día… nadie quiere virus, ni muertes, ni enfermedades. Eso es obvio.

Pero a la vez, nadie quiere volver a los atascos infernales, ir como una lata de sardinas en el metro o el bus, o entrar y salir todos a la vez, como si hubieran borrado el resto de horas del reloj …
Sí. Costó acostumbrarse a estar en casa y pasar de la “vida presencial” a la “vida virtual”. Pero ahora la gente ha aprendido a valorar la ausencia de aglomeraciones, a gestionar las tareas a su ritmo o a conciliar la vida laboral gracias al horario flexible.
Al no perder tantas horas en ir a la oficina y en lidiar con impenitentes atascos, la gente tiene más tiempo para los suyos y aprecia el tiempo de calidad, o para disfrutar cosas tan sencillas como pasear a su perro.

Esas pequeñas cosas, generan felicidad. Y podría decirse que, pese a todo lo malo, la pandemia también fue un respiro para la incontestablemente ocupada sociedad coreana, donde todo fluye a mil por hora todas las horas del día, todos los días del año.
En definitiva, aunque a muchos les costó acostumbrarse, en parte ayudó a destensar el músculo social, a relajar un poco el ritmo y a disfrutar más de la vida, algo que, por el omnipresente protagonismo del trabajo, en Corea era una asignatura pendiente.

Ahora muchos coreanos se preguntan, algunos en voz alta y otros por lo bajini, por qué no pueden preservar las bondades del teletrabajo o tener un horario más flexible, máxime al comprobar que “el experimento” ha funcionado como un reloj.
Ante la crudeza de volver a enfrentarse con maratonianas jornadas y ante el estrés que supone reactivar el “centrifugado de la maquinaria social” prepandemia, muchos reniegan.
Al constatar que durante dos años se han adoptado métodos para que todo siguiera rodando y el país nunca se detuvo, se cuestionan la necesidad de volver a lo de antes.

La paradoja es que, en los foros internacionales, Corea se presenta como adalid de la digitalización. Y ahora que tiene todo el potencial para dar un salto cuantitativo y cristalizar las mejoras que ha traído el teletrabajo, se plantea dar marcha atrás y volver al presentismo, dejando ir una oportunidad de oro para mejorar el ambiente laboral.
Algunos quieren volver a “la vida de antes” … pero muchos otros no. Esta insólita, intrépida e inexorablemente voraz pandemia también ha servido para demostrar que “otro tipo de vida es posible”.

Y como “efecto secundario positivo”, inesperadamente ha dado entrada a nuevos patrones laborales, permitiendo conciliar trabajo y vida personal, y ganarse el sustento al tiempo de poder atender a los hijos, a la familia… o incluso a uno mismo.
En parte, esta kafkiana situación también ha traído felicidad a muchos surcoreanos.
Ahora qué todo está en la nube… ¿por qué bajar?

Tráfico, aglomeraciones, gastos, polución, tiempo perdido, escaso equilibrio entre vida y trabajo, malestar personal… llevan a muchos coreanos a preguntarse: ¿Volver o no volver? Esa es la cuestión.
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