(Disponible en pódcast)
Hoy os invito a viajar a la infancia, pues voy a recuperar las míticas Lecciones de Coco para explicar algunas cosas básicas de Corea. ¿Estáis listos? ¡Vamos allá!
Para todos los que crecimos viendo Barrio Sésamo (Sesame Street), no hay nada más entrañable que sus simpáticos personajes, como la rana Gustavo, el estrambótico dúo formado por Epi y Blas, Triki el infatigable monstruo devorador de galletas, y ¿cómo no? Coco, quien, con sus pedagógicas y breves lecciones nos enseñaba a distinguir conceptos opuestos de un modo tremendamente divertido.

Tal fue la huella que estos personajes dejaron en el imaginario de los que fuimos a EGB – cuando no había ni internet ni móviles ni nada parecido- que unas décadas después, al llegar la red de redes, comenzaron a crear memes y vídeos actualizados con las Lecciones de Coco, que troleaban hasta retorcerlas al máximo.
El caso es que, el otro día, un recién llegado a Seúl me preguntó si los supermercados abrían los domingos. Creo que mi cara de asombro ya respondió su pregunta, pues aquí, salvo por la pandemia, “todo está abierto todo el rato”. Literalmente.

Entonces, de algún recóndito lugar de mi cerebro brotó el simpático recuerdo de Coco, y pensé que me venía al pelo para explicar algunas diferencias básicas entre Corea y España.
Sin más preámbulos, vamos con la primera: abierto y cerrado
Una de las cosas que más me sorprendió de Corea es que apenas hay diferencia entre días laborables y fines de semana en cuanto a comercios abiertos, y tampoco mucha entre la noche y el día.

Obviamente, no todos los comercios abren 24 horas, pero muchos sí. Para empezar, todas las tiendas de conveniencia (y hay una en cada esquina, o si me apuras dos). Para seguir, un montón de “hofs” – un híbrido entre bar y pub- abren solo a partir de las 5 de la tarde, pues aquí la gente suele cenar a las 6 pm.
Y suelen abrir hasta las 3 de la madrugada o más. Todo esto antes del corona, claro. Aunque también se puede hacer la compra en cualquier momento, y hasta hay sitios de pescado crudo abiertos 24 horas.

Automáticamente, recordé cuando unos meses antes de venir a Corea me invitaron a exponer Micrografías en la Casa de las Conchas, en Salamanca. Fue una experiencia maravillosa.

En mitad del montaje, que por cierto fue espectacular, al ver que me faltaba algo salí a la calle a buscarlo, pero… ¡mi gozo en un pozo! Solo me topé con persianas bajadas. La mayoría de los comercios cerraban como de 1 a 4 o de 2 a 5, unas tres horas para ir a comer.
Claro, es normal que cierren si a esa hora no hay clientes, pero al llegar aquí me chocó (y en parte todavía me sigue chocando), ese contraste abismal en cuanto a horarios.

Es más, el nivel de servicios se ha desarrollado hasta tal punto durante la pandemia que ya no hay solución de continuidad entre fines de semana y días laborables.
Aquí puedes dejar un cesto con la ropa sucia por la noche en la puerta de tu casa y tenerla limpia a la mañana siguiente al amanecer, todo mediante una app. Es solo un ejemplo, pero ilustra bastante bien la enorme diferencia entre los horarios comerciales de España y de Corea.

Sin duda, a Coco le hubiera ido de perlas este ejemplo para explicar los conceptos de “abierto” y “cerrado”. Pues vamos a llamarle para el siguiente: cerca y lejos.
¡Gracias, Coco! 🙂 Cualquiera que haya visitado Seúl en algún momento habrá dicho entre suspiros: “hay que ver lo lejos que está todo” … O se habrá quejado de lo agotador que resulta completar las enormes distancias entre diversos barrios o puntos de interés.

Cada ciudad tiene sus peculiaridades urbanísticas por su origen y desarrollo, y en Seúl, tanto la orografía como el río Han acotan profundamente la movilidad.
Por suerte el sistema de transporte público es excelente, pero eso no quita para que la percepción de distancias – incluso para los propios seulitas- sea que “todo está lejos”.

Quizá un factor que aumenta esa sensación es el “esfuerzo mental y físico” que supone desplazarse en cualquier megalópolis, no solo en Seúl. Al haber tanta gente, todo suele estar bastante congestionado, y si te pilla un atasco por carretera “estás frito”.
Pero no solo el tráfico rodado requiere mucha energía para desplazarse. Por ejemplo, tengo un amigo que vive en el norte y yo vivo en el sur. Pues quedar para vernos, sin que él venga a mí zona, sino en un punto más próximo a la suya, le lleva una hora y media por cada trayecto, demasiado tiempo para tomar un simple café o una caña.

Eso te obliga a redefinir lo que siempre habías considerado como “cerca” y “lejos” en cuanto a distancias urbanas, y hace que la gente desista de verse con frecuencia, máxime si no hay una línea de metro directa, pues al final es agotador para todos.
Otro de los binomios que tuve que reprogramar fue el de guapo y feo
Esto es muy subjetivo, claro. Pero al hablar con amigos o compañeros, que de pronto te dicen que tal persona es guapa, a veces abro bastante los ojos… Incluso pregunto dos veces el nombre para cerciorarme de que no es un error, pues aquí hay nombres muy parecidos e incluso iguales.

Del mismo modo, otras veces soy yo quien comenta que alguien es guapo y son ellos los que con cara de asombro preguntan: ¿en serio te parece guapo/a? Obviamente, y más allá de los estándares griegos, con los que todos más o menos coincidimos, no hay un canon exacto de belleza… pero por lo que he podido observar el “ideal coreano”, y quizá también el de otros países de Asia, es bien distinto al nuestro.
Lo compruebo fácilmente si alguna vez paso por Apgujeong o Sinsa, barrios próximos al mítico Gangnam donde el número de clínicas de belleza por kilómetro cuadrado es pantagruélico, elefantiásico, y por supuesto el mayor de Corea.
Antes de llegar al barrio, y solo al bajarte del metro, tropezarás con una miríada de posters de “rostros clonados”. Son los anuncios de los millones de clínicas de estética que pueblan la zona, aunque si no fuera porque tienen nombre distinto, por las fotos se diría que en todas opera el mismo doctor.

Me entristece ver cómo pasan por el bisturí rostros que en mi opinión no lo necesitan, pues tienen su propia belleza única o un toque singular, solo para seguir la moda o acercarse más a los estándares que todos esperan. Y acaban casi como fotocopias.
De la industria de la belleza o K-Beauty y de la “meca de la cirugía estética” os hablaré otro día, porque es un tema realmente interesante. Pero por el momento quedaos con la copla: los estándares de belleza son muy distintos a los nuestros, y toca reformatear el concepto de guapo y feo.
Y para el final he dejado uno simple pero más divertido: el binomio joven y viejo
Una de las cosas que más me sorprendió al llegar aquí fue el frecuente soniquete de “ya soy viejo” entre los treintañeros. Mientras que en España alguien en sus 60 o 70 que no tenga un problema concreto de salud, dirá con toda naturalidad que “se siente joven”, aquí la gente con 30 ya se consideran viejos.

Mientras, nosotros con frecuencia escuchamos que los 40 son los nuevos 50 o cosas similares, y dejamos el “calificativo de la vejez” para los 75 u 80 años.
¡Es alucinante! Parece increíble, pero… no fingen. Realmente te lo sueltan así porque lo creen de verdad, y porque la sociedad “machaconamente” repite la misma cantinela.

No hablamos de un simple matiz o de pequeñas diferencias: no. Es un salto abismal como las Cataratas del Iguazú. Un incomprensible abismo entre percepciones.
De hecho, una noticia que quizá hayáis escuchado estos días está alegrando en parte los corazones de los coreanos, pues han anunciado que van a suprimir un sistema de edad – que por lo que tengo entendido solo opera en este país- que suma el tiempo de la gestación del bebé, y otro año más cada 1 de enero a la edad natural.

Como ya he comentado alguna vez, los coreanos te dirán que tienen un año o dos más que el de su año de nacimiento, un sistema que fuera de la sociedad coreana genera bastante confusión.
De hecho, cuando preguntas la edad normalmente nadie te dice el número de años concreto, como en España, sino el año de nacimiento para que tú calcules. Por eso ahora están contentos pues sin ese sistema rejuvenecerán uno año o dos.
Pero hacer cábalas sirve de poco, pues si les dices, por ejemplo: ¡Ah, tienes 43! Rápidamente te dirán: no no, tengo 44 o 45. Y te quedas con cara de bobo, aunque el tema siempre da para hacer alguna broma y romper el hielo, porque sea cual sea la edad, todos a partir de 30 te dirán que “ya son viejos”.

Y con la ligereza que da “sentirse joven”, al no estar atrapado en ese galimatías mental sobre la edad, os dejo con una frase que siempre repite una buena amiga: “lo importante no es llenar la vida de años, sino los años de vida”.
—
Puedes escuchar episodios anteriores o suscribirte al pódcast ‘Mi Seúl’ aquí.