Mong

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¡Mooong! ¡Mooong!

Quizá hayáis oído hablar de “meong” (o 멍, aunque se pronuncia “mong”). Ojo, no confundir con “mong-mong” (que en Corea es el sonido que hacen los perros, como nuestro “guau-guau” para entendernos). De hecho, la onomatopeya viene de “mong-mong-i” (o literalmente “perro” en coreano). Y el sonido del gato tampoco es “miau miau”, sino “yang yang”, pero… volvamos a mong. 

Mong no tiene nada que ver con los perros, aunque a veces es cierto que, cuando la vida te muerde, solo te apetece “estar moooong”. Y digo “estar” porque de hecho mong es casi como un estado meditativo, pero… “Wait!”: no os vayáis mentalmente a un templo budista, a los principios del Tao de la la filosofía Zen. Es algo… ¿cómo decirlo? Mucho más inmediato.

Dije que es casi como un estado meditativo, pero es más bien “vegetativo”, jaja. Es “una aspiración” a dejar la mente en blanco y no hacer nada, pero por puro cansancio. Sería como (al menos así lo interpreto yo) la necesidad de parar por unos minutos, desconectar la mente, de no hacer ni pensar en nada… ni siquiera meditar. Se trata de no hacer absolutamente nada: nada más que “estar mong”.

Es otro de esos conceptos coreanos que no son fáciles de explicar… Saltó a la palestra allá por 2014, cuando convocaron el primer concurso de mong en Seúl.

Debo comprobar el dato, pero creo recordar que fue ese año más o menos cuando los medios recibimos la simpática convocatoria de unos chicos que habían quedado en un parque para un “concurso de no hacer nada”.

Todos en la redacción sonreímos con cierta complicidad. ¿Por qué? – os preguntaréis. Pues muy sencillo: todos comprendimos en un segundo que se trataba de escapar del agotamiento cotidiano.

Eso no es algo exclusivo de aquí, obvio. Ttambién se da en otras partes del mundo, pero diría que Seúl tiene “un plus” de nervio. Una adrenalina en constante ebullición siempre al rojo vivo, que nunca pierde potencia y se retroalimenta por diversos factores.

Por ejemplo, imagina que sales del trabajo y tienes prisa por llegar a casa, al súper o… no sé, clase de piano, por decir algo. Al ver a otros que caminan rápido, igual o más aprisa que tú, instintivamente – y como en una improvisada coreografía- todos los que estén alineados, consciente o inconscientemente empezarán a acelerar el paso para ganar al de al lado, como el conejito de Duracell.

Lo mismo pasa en el bus, en el metro, en el supermercado o… en cualquier otro gesto banal que podamos imaginar. Lo peor es que ese “come-come” se contagia a los momentos de ocio – que supuestamente deberían ser para relajarse- y hasta ir a cenar, pasear por un parque, tomar un café o ir al cine terminan convirtiéndose en una escena a cámara rápida: en una acelerada secuencia tipo “toma-plano-acción” siempre a toda velocidad. En un “ir-hacer-volver”. Fin.

Como decía, probablemente sea un rasgo común a las megalópolis, o algo que no se da solo en Seúl, una omnipresente aunque imperceptible sensación de competencia. Cuando los recursos son limitados, a mayor densidad de población, mayor probabilidad hay de quedarse sin “ese objeto de deseo”, sea lo que fuere, bien sea algo grande o pequeño.

Además, cuando la densidad poblacional es muy elevada, el volumen de gente con el que hay que lidiar “para todo” se eleva exponencialmente. Eso fomenta una sensación de competitividad y de aceleración que, al ser constante, empieza a modificar el carácter.

El filósofo coreano Han Byung-Chul habla de Corea como “La sociedad del cansancio”, pero… sería interesante preguntarse “qué es lo que realmente agota” a la sociedad o por qué están o estamos tan cansados. Una primera aproximación topa con una sencilla respuesta: mantener ese ritmo 24/7 es agotador.

Curiosamente, en una entrevista con un medio español allá por 2019, Han comentaba que “el ocio se ha convertido en no hacer nada”. Pero… ¿por qué? Pues, aquí al menos porque la gente está tan exhausta que lo único que quiere en sus escasos ratos libres, es precisamente eso: no hacer nada. No sobrecargarse con más obligaciones, por pequeñas que sean o, aunque formalmente entren en la “categoría de ocio”.

Al llegar aquí, no salía de mi asombro al ver cómo la gente podía quedarse dormida de pie en el autobús, pero tardé menos de un año en dominar la técnica, pues cuando el cansancio te vence… podrías quedarte dormido hasta en el palo de un gallinero.

Incluso los pilotos de Fórmula 1 saben que un coche no puede ir siempre a 300 por hora… Pues es algo similar. La velocidad, o mejor, la híper-aceleración, está impresa en el ADN de los coreanos. Aquí todo sucede a cámara rápida, a todo gas, sin pausa, sin tregua, sin respiro, a 78 revoluciones por minuto o… pali-pali, que significa deprisa, deprisa.

De hecho alguien con gran acierto eligió el eslogan de “Dynamic Korea” para definir al país, quizá para compensar ese otro que hablaba de “la mañana tranquila” (The Morning Calm) que, lamentablemente, es más un deseo que una realidad. Al menos en Seúl.

A veces, cuando hablas a alguien y no te contesta por puro agotamiento, suelen decirte: “perdona, estaba mong”. Por eso “mong” es mucho más que “hiting mong” el concurso que algunas revistas de tendencias mencionan últimamente.

Con esa endiablada velocidad impresa en cualquier gesto vital, desde que suena el despertador hasta que intentamos retirarnos a descansar, inmersos en ese “bulle-bulle” continuo, en esa obnubilada carrera sin cuartel, no es de extrañar que la gente quiera quedarse en estado “mong”, palabra que por cierto ha calado hondo entre la sociedad.

La iniciativa del concurso, también conocido como “Space Out”, surgió hace unos años en un parque paraver si la gente – hiperactiva, hiperconectada, hiperestimulada, y bastante hipersaturada de problemas- era capaz de despojarse de todo pensamiento y estar en calma durante una hora.

Sin dormirse, sin ver el móvil, sin hablar, sin hacer nada: ¡Simplemente ser o estar!

Imagen: JUNG YEON-JE/AFP/Getty Images

Del primer concurso de “mong” en un parque han pasado casi diez años, y muchos medios han cubierto la convocatoria, algunos como excentricidad y otros como nueva terapia de healing. Incluso algunos aluden al tema como si hubieran descubierto la fórmula de la Coca-Cola, pero lo cierto es que mong (a mi entender) es algo mucho más simple.

Es como una respuesta visceral a la saturación extrema que produce estar todo el día “con los estímulos de punta”, alerta 24/7, constantemente preparados para la acción como un marine o un agente secreto… salvo que las misiones o tareas a completar son simples gestos de la vida cotidiana.

El agotamiento que genera cumplir simples gestos de la vida cotidiana es tal, que Han se quedó corto al hablar de sociedad del cansancio. De hecho, la gente no revienta por las costuras – aunque lamentablemente algunos sí- porque el entrenamiento desde pequeños es brutal, y porque los coreanos son un pueblo muy estoico, esforzado, voluntarioso, trabajador.

Si a eso le sumas que han de mantener un constante respeto y disciplina, contribuir a la sociedad y dar siempre lo mejor de sí, el concepto de mong se explica por sí solo.

A todos los que sueñan con vivir en Corea: ¿estáis preparados para este ritmo?

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