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Imaginemos un viernes cualquiera antes del corona. Después del almuerzo los móviles empiezan a echar humo. Millones de mensajes vuelan a la velocidad de la luz buscando plan… Pero en realidad, si estás en Corea no hay mucho que pensar, porque si es viernes, toca 9-9. ¿Y qué es 9-9?
Pues quedar en la salida 9 (aquí las salidas del metro van numeradas, lo cual es tremendamente práctico para no perderse)…, pero de las maravillas del metro de Seúl os hablaré otro día. Como os decía, el primer nueve alude a la salida número 9 de la estación de Hongik (o Hongik Station), conocida por todo el mundo como Hongdae, zona universitaria para salir por excelencia.
Y el segundo 9 es la hora: las nueve de la noche. Aquí la gente cena a las 6 de la tarde, pero a los españoles quedar tan pronto nos parecía “horario infantil”. Llegar en metro a Hongdae en fin de semana ya es una experiencia en sí. Los vagones bullen de gente con ganas de fiesta y el ambiente se deja notar.

Al llegar a la estación, intentar salir ya da una idea del barullo que espera afuera, pues la amalgama de gente obliga a hacer cola desde las primeras escaleras, a dos o tres niveles de profundidad.
Tras unos cinco minutos a paso de tortuga, por fin las cabezas que poblaban los vagones van saliendo a la superficie. Los alrededores de la salida 9 están tan repletos que a veces hasta cuesta encontrar sitio para esperar. Eso sí, cuando el tiempo mejora, la espera se ve amenizada por músicos callejeros, que contribuyen a enriquecer un ambiente ya vivaracho de por sí.
Poco a poco todos van llegando y, tras los preceptivos saludos y abrazos, directos a la barbacoa. Otro día también os hablaré del especial significado de las barbacoas en Corea, pues son tooodo un símbolo.

Por fin llegamos al restaurante, bien hambrientos. Y… en un momento, las mesas vacías se llenan de comensales, cubiertos, cervezas e infinidad de platillos. Tras unos breves segundos alguien ya toca el timbre: “Ding-dong”.
Esa fue otra de las cosas que más me sorprendió al llegar a Corea. Todas las mesas tienen un timbre, y cuando lo pulsas, al instante acude alguien para ver qué necesitas. Pero en las barbacoas, de ambiente más informal, nunca faltan los típicos gritos de “Yoguíooooo” (que significa “aquí), para llamar al camarero.

En un par de minutos llegan unos recipientes metálicos redondos (como pequeños braseros con briquetas de carbón en ascuas), que van al centro de la mesa. Encima colocan una parrilla y sobre ella la carne que, entre risas, brindis, cervezas y platillos acompañantes, se va cocinando. Al principio sorprenden sus extractores tipo “trompa de elefante”.
Al menos yo solo los he visto así en Corea. En torno a esas mesas repletas de comida y bebida, se genera un espacio idóneo para fomentar las relaciones. Recuerdo noches de hasta 20 o 30 personas… las botellas de cerveza se acumulaban en hileras como raíles de tren, creando el reto de intentar contarlas al marcharnos. Pero mi amigo Edu, que es un fiera con los números, ya sabía a cuánto saldríamos por barba antes de que nos trajeran la cuenta. Es lo que tiene estudiar economía, jaja

Después de cenar nos perdíamos un rato entre las callejuelas del barrio, pues lo mejor es saborear el ambiente de la calle, eso sí: con parada obligada en el búho-gato. El búho-gato es un puesto de globos que has de explotar lanzando dardos, con el incentivo de llevarte un peluche de premio. Casi siempre ganábamos alguno, y era nuestra mascota acompañante durante toda la noche.

Tras deambular unos 15 minutos llegábamos a nuestros clubes favoritos, y ahí es donde para mí empezaba la novedad. Al principio me costaba un poco ubicar esos bares en sitios recónditos, porque en Corea hay muchos locales tanto en los sótanos como en las plantas de los edificios, algo totalmente distinto a España, donde suelen estar a pie de calle.

Además, tanto la forma de beber, como el tipo de copas también cambia mucho. Claro que esto va en cada persona: yo soy más de pedir un trago largo de calidad, y disfrutarlo mientras la noche va fluyendo, con la música, etc. Pero aquí las copas son cortas (casi para tomar de un trago), y sirven a la americana, con dedal de medir. Aunque hay una premisa universal: ¡en todos los antros dan matarratas!

En cambio los coreanos beben rapidísimo – bueno, igual que hacen todo, pues la velocidad va en el ADN del país. Un amigo me explicó que beben premeditadamente para perder el control, desmayarse pronto y “olvidarse del mundo”. De hecho, es normal ver gente medio grogui a la salida de los garitos que, incapaces de moverse tras beber tanto, caen fulminados en cualquier lado.
Cuando les pregunté por qué bebían “como si no hubiera un mañana”, me explicaron que precisamente era por eso: para olvidar las preocupaciones y relajarse.

Bromas aparte, algunos están tan quemados que solo quieren “beber hasta desfallecer, fundido a negro, black out”. Y al día siguiente contador a cero. Eso sí, con una resaca importante de por medio… pero hasta eso lo tienen pensado, pues hay mil productos (algunos bastante efectivos) para aliviar la resaca. Por ejemplo, una costumbre muy arraigada es tomar sopa picante al amanecer.
Eso quiere decir que, cuando los locales empiezan a cerrar de amanecida, los de sopa picante empiezan a abrir, si es que no abrieron durante toda la noche.

Reconozco que por un tiempo me acostumbré a este tipo de diversión y salía bastante, pero luego la noche me empezó a pesar, y también perder el domingo tirado en el sofá. Así que, poco a poco fui dejando de salir de noche y luego… bueno, luego llegó el corona y generó un “apagón nocturno sideral”.
Realmente eso fue desconcertante. Resultaba extraño ver zonas típicamente bulliciosas y con neones a reventar, totalmente desiertas y sin apenas carteles luminosos. Pero… los recuerdos de aquella etapa no pueden ser mejores.

Durante mis dos o tres primeros años aquí, reconozco que me divertí bastante saliendo y conociendo a fondo la noche seulita. Mi mente atesora mil momentos… como esas interminables noches de verano en el parque de Hongdae, las intermitentes visitas al Seven Eleven de turno en busca de avituallamiento, las innumerables actuaciones callejeras, los conciertos de amigos en el FF, las primeras noches en el ZEN Bar, el loco trasiego del GoGo’s 1 al GoGo’s 2 y vuelta a empezar, con esas intercaladas y furtivas escapadas al SKA (un diminuto antro que quizá todavía exista, donde bailamos tanto que hasta gastamos las baldosas).

¡Ah! Buenos tiempos… ¡buenos tiempos y tremendo salsón! Logré destreza en el arte de echar los chupitos de Jager a la maceta de al lado mientras todos bebían (para no morir en el intento, pues nunca fui gran bebedor), aprendí a retirarme a tiempo para no acabar nunca en horizontal, y a disfrutar de una noche tan distinta a la nuestra, pero a la vez tan estimulante…

A veces lo pasábamos tan bien que se nos hacía de día. Entonces íbamos al Monster Pizza, visita obligada para rematar, y luego “a la caza del taxi”, porque con la increíble demanda que hay, encontrar taxis en Seúl de madrugada es más difícil que ganar la loto.
Echo la vista atrás y recuerdo con cariño aquellas noches locas, donde viví miles de experiencias imborrables. Y creo que, en tiempos del corona tienen aún más valor, pues ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que fui a un pub a tomar una cerveza…
Claro que, mi cuerpo lo agradece, porque ahora apenas bebo y eso se nota. Pero aquellos viernes de fuego, quedarán impresos para siempre en mi retina. Dejaron tantas historias que contar, que casi dan para un libro. Eso sí, lo que sigo echando de menos, además de a los amigos, es… ¡Salir a bailar!
