Fuenteovejuna

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He tenido que recurrir nada menos que a Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios según Cervantes, para explicar algo que en Corea subyace como principio social básico. Es lo que yo llamo “el efecto Fuenteovejuna”: ¡todos a una!

Nada más llegar al país me sorprendieron muchas cosas, pero algo sutil destacaba como una especie de consigna común: una pátina o barniz de colectividad, que muchas veces obliga a anteponer el “yo colectivo” sobre el “yo individual”.

Para no perderme por “caminos muy abstractos” voy a intentar “aterrizar” el concepto con suavidad, y también con ejemplos concretos. Vamos allá.

Como extranjero, aunque lleve más de una década viviendo aquí, me cuesta identificar si esa actitud o comportamiento proviene del confucionismo, del budismo, o de las meras costumbres de un colectivo que, a base de insistir en su arraigo, termina por incorporarlo a su acervo social por costumbre.

Investigando un poco, tropecé con el singular concepto de Jeong (정). Si pedimos a cualquier coreano que defina un rasgo exclusivo de su cultura, muy probablemente nos hablará de jeong. Por resumir, jeong sería una especie de sentimiento fraternal o de apego entre aquellos que mantienen una relación cercana.

En Occidente esto suele tener connotaciones negativas pues asociamos el apego al exceso y normalmente hemos de “trabajar el desapego”. Pero diría que en el caso de jeong alude a la simple inclinación (positiva) hacia alguien, a sinónimos como afecto, interés, solidaridad o adhesión, entre otros.

Obviamente, no solo los coreanos sienten apego por sus seres queridos. Pero entonces, ¿qué convierte a jeong en algo tan exclusivamente coreano? A grandes rasgos, y respecto a las culturas occidentales, normalmente individualistas, en Corea ese sentimiento se basa en la idea de una responsabilidad social colectiva.

Por eso tuve que recurrir a Fuenteovejuna, pues explica perfectamente cómo la clave del triunfo final es la unidad del pueblo, aquí no tanto contra los atropellos, que también, sino para proteger lo que es de todos o mejorar el bienestar colectivo. Aunque como siempre repito, no es que en Corea todo sea un camino de rosas, ni mucho menos.

A veces cuesta entender esta dualidad pues, si bien por un lado son altamente competitivos entre sí cuando por ejemplo se trata de lograr un puesto de trabajo, entrar a una universidad concreta o postularse a cualquier prueba multitudinaria, a la vez, cuando lo colectivo es lo que está en juego, se repliegan en formación tortuga y defienden “lo coreano” con uñas y dientes.

Por ejemplo, sorprende ver cómo cuidan las instalaciones públicas, cómo se enorgullecen de su patrimonio o cómo ponen en valor lo que es de todos.

En un episodio de ‘Squid Game‘, un anciano entrega su última canica a Gi Hun, el protagonista, mientras le dice: “Somos gganbu (깐부) y los gganbu siempre comparten todo entre sí, pase lo que pase”. Al darle su última canica deja que Gi Hun gane.

Tradicionalmente, el término “gganbu” significa compañeros muy próximos, casi como hermanos de sangre que comparten todo sin esperar nada a cambio y que se ayudan mutuamente en situaciones difíciles.

Aunque gganbu es un valor coreano básico, su uso en ‘Squid Game‘ es un ejemplo perfecto del concepto de jeong, ese vínculo de calidez y afecto profundamente arraigado que los coreanos comparten con sus seres más próximos.

Por ejemplo, si están en el extranjero, ante cualquier problema sentirán la obligación moral de ayudarse entre sí, solo por ser coreanos. O sin ir más lejos, sorprende ver cómo muchísimas personas en cada barrio salen a la calle en otoño para el kimjang, la tradición comunal de preparar kimchi para el invierno entre los vecinos, para luego repartirlo entre los más necesitados.

Y sorprende más aún – al menos a un español- ver políticos en activo hacer una profunda reverencia y pedir disculpas al pueblo, o dimitir cuando son sorprendidos en algún escándalo o negligencia.

Incluso medio en broma medio en serio, dicen que nadie quiere postularse a presidente pues la mayoría acaban en la cárcel cuando la sociedad les juzga por los errores cometidos durante su mandato.

¿Imagináis algún político en España, no ya dimitiendo, sino simplemente agachando la cabeza para emitir una sincera disculpa por los daños causados al pueblo durante su gestión? ¿O simplemente alguno que dimita? Podrían contarse con los dedos de una mano… o de un solo dedo, como diría un amigo.

Eso por no hablar de presidentes que hayan ido a la cárcel. ¿Cómo? ¿Qué en Corea los presidentes acaban en prisión? Pues sí. Hasta hace poco había dos a la vez. A la expresidenta la indultaron recientemente, aunque otro sigue allí.

Pero más allá de los políticos, o de la brutal competencia a nivel individual – que podría considerarse como nociva- me admira ver cómo todos defienden la marca Corea, todo lo coreano.

Ver cómo se unen sin fisuras para sacar adelante cualquier empresa colectiva… o ver cómo se afanan por ser los mejores en lo que sea, para contribuir al orgullo nacional… para mí esto es tan raro como ver un alienígena en el jardín.

Me llama soberanamente la atención ese compromiso hacia el resto, esa constante actitud de mejorar, esa inquietud por promover y preservar el bien común. Diría que esa exaltación de lo coreano opera como un pegamento social que fomenta la cohesión.

Y eso que ahora afirman que el país está muy desunido. Tanto que, una de las cantinelas más escuchadas en las pasadas presidenciales, al margen de tintes políticos, fue “promover la unidad del pueblo para evitar la fragmentación social”.

Pero pese a la polarización, que es real, sería genial aprender a cerrar filas ante cualquier asunto serio y arrimar el hombro ante los problemas graves, como hacen aquí.

Realmente sorprende ver cómo el bienestar común prima sobre el particular, y ese respeto por lo público en general, aunque corrupción y delitos hay en todas partes.

También prima una fuerte querencia a hacer todo en grupo o acompañados. Al principio me chocaba que hacer cosas solo estuviera tan mal visto, pero poco a poco voy comprendiendo el país.  

Ese sentimiento de grupo, de pertenencia, de equipo. Ese “café para todos” sin distingos. Esas normas de cortesía o convivencia que la mayoría respeta están bien, aunque como contrapunto negativo, a veces generan una excesiva robotización del individuo o cierta pérdida de identidad personal, como bien refleja Squid Game con la ropa numerada.

Aquí la interdependencia y el colectivismo son altamente valorados, diría que más que la autonomía, la independencia y la privacidad. Como todo en la vida, ser de uno u otro modo tiene pros y contras, o lado yin y yang.

Pero sin temor a equivocarme, diría que en un mundo donde la sociedad es cada vez más fragmentada e individualista, esa unión que hace la fuerza, ese Fuenteovejuna, ese cuidado hacia los que te rodean o hacia lo que nos rodea expresado a través del jeong, se antoja más un activo que una rémora.

Y… ¿por qué no decirlo? Algo digno de agradecer.

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